Si hay algo que
aprendí en Argentina, a parte de ser perseverante y muchas otras
cosas, es la virtud de la paciencia. No hablo de ser una dejada sino de saber
esperar.
En Argentina pasó
casi un año para que pueda tener mi DNI argentino y durante todo ese tiempo
llevé un papelito que hacía las veces de documento de identidad. Ya se imaginarán
el estado del papel ese al cabo de un año. Luego me enteré que habiendo hecho el trámite
en la capital sería más rápido: un mes
aprox. Y es muy común encontrar en tiendas (desde fotocopiadoras,
panaderías, farmacias hasta algunas tiendas de ropa en el centro de la ciudad)
una cinta que extiende números de
atención, como para ordenar a la clientela que va llegando. Ah! y ni hablar de
la siesta, periodo sagrado entre las 2 ó 3 pm y las 5 pm que rige en algunas
provincias argentinas donde la gran mayoría de negocios cierran las puertas al
público.
Y así
aprendí a esperar mi turno.
Pero
aparentemente los limeños no se llevan bien con las esperas. Aquí rige la “ley del vivo” que ahora no me
molesta porque aprendí a no darle importancia pero al principio me parecía un
atentado contra el respeto y, en ciertas ocasiones, una ridiculez.
Todo lo que
implique hacer colas en cuestiones cotidianas (en el banco, en la baño de
mujeres o para pesar verduras en el supermercado e incluso cruzar la calle) los
limeños verán la forma de crear un atajo y querrán ser atendidos antes que uno.
Aquí la gente
está acostumbrada a hacer las cosas de manera rápida. El DNI lo dan en cuestión
de días, los vendedores pueden atender a más de una persona al mismo tiempo,
los peatones prefieren cruzar la calle corriendo que ir por el puente peatonal,
en el baño las mujeres que van entrando se colocan detrás de una puerta como
custodiándola en vez de hacer una fila a la entrada, etc . Muchas veces preferí
hacerme la vista gorda y otras tuve que alzar la voz y proclamar un “ yo estaba
antes”. Pero es que uno no puede
simplemente, por ejemplo, decir a todas las chicas del baño de un cine que salgan
y que hagan una fila en la entrada. Hay ciertas situaciones en la vida diaria donde
los actos se rigen o deberían regirse por el sentido común, los buenos modales y el respeto.
Entonces opté por
la aceptación, por aceptar las cosas como son y dejar de hacer críticas
mentales. No sé si es la mejor estrategia pero por lo menos ahora estoy más
abierta a admitir ciertas imperfecciones de mi cultura. Y es que no se puede cambiar fácilmente el comportamiento ni mucho menos
la manera de pensar de millones.
Después de todo,
nadie es perfecto.