martes, 17 de diciembre de 2013

Back to basics

Habiendo ingresado por el pasillo angosto, comencé a buscar la sección de frutas. Se encontraba a unos metros nada más, justo al frente de las costureras. Qué hermosas se veían aquellas frutas, gordas y brillantes. Y dando unos pasos más estaban las señoras que vendían velas de distintos colores, incienso y todo tipo de hierbas. La llamé la sección esotérica.  Y dando otros pasos más estaba la sección de plásticos: bandejas, bowls, tapers, etc. Había otro pasillo largo únicamente para las carnes.

Así es un mercado en Lima. Es una fiesta de olores para el olfato, una paleta de colores en un espacio reducido y el regateo por doquier.

Hace poco volví al mercado del barrio de Magdalena del Mar, un señor mercado, de esos que empiezan a ser menos comunes en ciudades que están modernizándose. Mi mamá tenía algo que hacer por ahí cerca  y yo fui de colada. Salí satisfecha, con una sonrisa de tonta por haber gastado mucho menos que en cualquier otro supermercado y con la autoestima elevada luego de que las vendedoras me hayan llamado “reina”, “madrecita” y “señorita”.  

Así a uno le vienen las ganas de hacer las compras semanales allí en vez del Wong, muy  lejos de las pitucas generalmente teñidas de La Molina, los villancicos en inglés como música de fondo que empiezo a aborrecer y el diálogo interno que se atraviesa por la cabeza cuando no sabes si una verdura está lo suficientemente madura o qué tipo de comida puedes hacer con ella.
Nada que envidiarle a un supermercado.




¿Cómo no llevar ese mango a la izquierda en primera plana?