viernes, 31 de enero de 2014

Desde París

Anteayer por la tarde  salí con destino a la Maison de l’Amérique Latine a ver si ahí conocía gente latina chévere y, está bien lo diré,  por si lograba sentirme un poco más "en casa" entablando conversación con jóvenes hispanos. Pues fui justo el día que no había nada programado, apenas había un alma latina con quien al final no conversé y solo logré que me dieran una hoja con el cronograma de actividades. Tendré que volver. Como no quería ir tan rápido a casa ubiqué un parque en el mapa y me di cuenta que se trataba del famoso parque de Luxembourg. Faltando unos metros para entrar me di cuenta que había llegado tarde, ya estaban cerrando… en horario de invierno solo abren hasta las 16:45.  Lástima, tengo que volver allí también. Decidí instintivamente entrar a un café  que se hallaba justo en frente, moría por una taza de chocolate. A los pocos minutos se sentó en la mesa de al lado un joven francés quien, luego de ordenar un café, sacó un libro y empezó a leer… vaya gesto automático.

¿Qué hago? ¿A dónde voy? Tenía que  hacer tiempo una hora y media más porque quedé con Pierre a las 19:20 para ir al cine. Se me ocurrió echar un vistazo a la biblioteca Sainte Genevieve que estaba muy cerca, además tenía una novela en mi bolso que había comprado recientemente y necesitaba ese ambiente de estudio que me fascina de las bibliotecas para que de una vez por todas pueda avanzar al menos dos hojas de esa novela. Es una biblioteca colosal, muy antigua pero en perfecto estado. Luego del pequeño y rápido trámite para obtener la tarjeta y poder entrar, subí  por sus escaleras de mármol a una enorme sala de lectura. Me intimidó ver las filas interminables de mesas de estudio y los jóvenes  muy concentrados, escribiendo o leyendo. 
Logré llegar a tiempo para el cine con Pierre donde, oh casualidad, la película se trataba de ese proceso algo tedioso que es la mudanza y el acostumbrarse a otro país.

El metro,  los cafés, la vida cultural, los parques. Así es Paris.

Y ayer, ayer cuando mi día llegaba a su fin me ocurrió algo conmovedor. Me encontraba en el metro camino a casa,  entró un negro alto y joven y se sentó a mi lado. Abrió un fólder donde tenía muchas hojas y yo de reojo noté que estaba fijándose la ruta del metro. Me pareció muy tierno. En la siguiente estación entró un hombre moreno, de ese color de piel  tan particular que tienen los hindús. Él llevaba en su muñeca izquierda una pulsera con los colores de la bandera la India. Sonreí mentalmente. Ahí estábamos los tres, los tres extranjeros en terruño francés... quien sabe sus historias. Así también es París.


     

No hay comentarios:

Publicar un comentario